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Saturday, August 16, 2008

La patria del dolor

LA PATRIA DEL DOLOR

Por Carlos Schulmaister

En una clase para futuros maestros sobre el mito universal de la patria, una alumna me preguntó si mi particular mirada sobre la historia argentina obedecía a la altura desde donde observaba la misma, es decir, allí donde el contraste entre los sueños y la realidad de mi generación ya no me afectaba ni me hacía mella -algo así como un "nirvana" dijo ella aventurando una hipotética fuga de la realidad-, o si mis concepciones eran fruto de un terrible desconsuelo.

Contesté que no inmediatamente a la primera parte de su pregunta, aclaré que el lugar desde donde oteo el pasado y el presente no es precisamente un sitio de elevación.


Y si bien para la segunda parte de la pregunta -aquello del desconsuelo por el fracaso de las afecciones políticas e ideológicas mías y de mi generación- hago extensivo el no de la primera parte, debo precisar que no es un motivo de alegría para mí hablar de la patria con el sentido que lo vengo haciendo.

La patria es algo que duele para quienes son sensibles a ella, le dije. Pensando en eso dije aquel verso exquisito de Leopoldo Marechal: "La patria es un dolor que nuestros ojos no aprenden a llorar..."

Hasta allí nomás, respondí, pues, a mi alumna.

Luego de la clase continué recordando la pregunta y mi respuesta. Evidentemente, su brevedad, debida al hecho de tener que cerrar el tratamiento del tema de ese día, no me había dejado satisfecho ya que la pregunta revelaba la presencia de una alumna inteligente, capaz de pensar simultáneamente en la parte (mi concepción sobre la patria) y en el contexto histórico (obviamente personal) en el cual ella se habría gestado, amén de sentir curiosidad por develar esto último.

Como estas condiciones son necesarias para el pensamiento crítico (algo de cuya necesidad constantemente se habla y hablamos), el hecho de haberme dado pie para profundizar lo que pensaba en la feliz circunstancia de poder devolverla a la clase, resolví pensar detenidamente en lo sucedido y escribir estas reflexiones.

Si bien no acepto la versión metafísica de la patria, así como tampoco la clásica sentimental o estética ni la amalgama de todas ellas en su vinculación con el suelo nativo ni con la cultura nacional -para mí la patria es el amor al prójimo total, es decir, a la humanidad, sin fronteras ni propiedad sobre el suelo que tenemos de prestado- y aun reconociendo la importancia histórica de su existencia, me duele la patria como un espacio perdido o deshabitado de mi alma.

Pero mi dolor no es desconsuelo, resignación, ni olvido. Por el contrario, mi dolor es una catarsis, una purificación, un sufrimiento buscado para curarme otros dolores viejos, precisamente experimentados cuando creía en aquella clase de patria a la cual hoy mi cerebro y mi alma le dan la espalda.

De modo que si aquellos viejos dolores de la encarnación personal de la patria en mi alma debía sublimarlos en el pasado -como era de esperar, para ser patriota- este nuevo dolor de la purificación buscada lo vivo en una dimensión que puedo soportar con el corazón caliente, sí, pero con la cabeza fría, es decir, sin enajenar mi conciencia.

Aquellos viejos dolores que me ocasionaba esa clase de patria que había adoptado en mi juventud los viví como muchos contemporáneos y aun otros anteriores en la creencia de que movilizaban el tránsito de mi ser, de nuestro ser, hacia lo absoluto, es decir, hacia lo alto, pero en realidad ni mi alma ni mi cuerpo ascendieron nunca por esa vía a aquel solar imaginado. Y quienes creían y sentían lo mismo que yo respecto de esa patria tampoco ascendieron. Lo real fue que nos estrellamos contra el suelo y más abajo aun, hacia las simas del dolor y la incomprensión.

¿Por qué fue así? Porque la patria no tiene alas, sólo existen en la imaginación alterada.

En cambio, este dolor de soledad de patria, buscado serenamente para limpiar el alma, y si es posible para ayudar a otros a hacer lo mismo, sí permite volar, pero no en las alas imaginarias de una entelequia, sino en el vuelo poético de las efusiones del alma pues -como dijo nuestro poco reconocido Córdova Iturburu- "la poesía es hija del dolor".

Trascender, pues, no se logra por imperio de la voluntad ni de la razón; nadie se eleva más que hasta donde llega la fuerza del impulso que lo impele. Para elevarse primero hay que caer; luego, si por azar o por destino podemos rebotar nos elevaremos, pero no por causa de nuestro ego, sino de la levedad de nuestras almas.

Por eso creo que las palabras, en este caso con intención docente, que nacen de nuestro dolor compartido deben servir para sanar las heridas de las almas. Nunca para reabrirlas.

CARLOS SCHULMAISTER (*)

Especial para "Río Negro"

(*) Profesor de Historia

Friday, August 08, 2008

Tipología de letrados

TIPOLOGIA DE LETRADOS

Por Freddy Quezada

Esta tipología de letrados que presentaré, nace de un comentario crítico que me despertó la obra de Carlos Midence, “La invención de Nicaragua”, la cual carece de ella. Para aproximarme un poco más a esos “otros” de la ciudad letrada que, para mí, son los desilustrados, en nombre de los cuales han venido hablando, para bien o para mal, intelectuales modernos de todo tipo y lugar, decidí presentar una tipología tentativa sobre ellos.

No es una tipología educativa ni sociológica propiamente dicha, sino una caraterización de celdas abiertas de un panel articulador de diferencias de poder entre unas categorías y otras. Parte de que la diferencia puede ser enfocada de dos maneras: a) como valor y derecho, desde los cuales se puede hablar de un régimen basado en el respeto a la diferencia o en la coexistencia de todas las diferencias con el sistema hegemónico; b) como jerarquía, donde se racializa una imperialidad postcolonial que ahora domina desde la imagen. La "diferencia de estas diferencias" es la misma que hay entre xenófobos y postmodernos. La de aquellos que la reconocen para exigir que regresen a casa los "otros" en nombre de sentirse más cómodos y seguros; y la de aquellos que exigen reconocer la alteridad y convivir con ella.

Los estudiantes distinguen estos tipos de diferenciación desde su pirámide escolar. Y quienes se las procuran, por oposición, son los iletrados. Los estudiantes se saben frente a ellos, a veces en el seno mismo de su hogar o en el barrio, diferentes jeráquicamente, aunque se sientan parte de esa familia o de ese barrio. Al contrario, dentro del universo escriturario propiamente dicho, el letrado sólo puede exigir, entre sus iguales, derechos pero nunca superioridad.

Carlos Midence habla en general de los letrados, siguiendo la tradición de Ángel Rama y su obra canónica “La ciudad letrada” y vincula esta matriz a la poesía en Nicaragua como ficción fundante, siguiendo la tradición de Doris Summer, articulándola con la polis y su identidad como nación poética.

Todo el trabajo está cubierto por el paradigma del poder que han ejercido en condiciones coloniales /modernas, las elites letradas y las formas que tienen de seducir, disciplinar, controlar y racializar, precisamente, a los “otros” de esa ciudad. “Otros”, que todos los días quiebran sus normas jurídicas, corrompen su etiqueta, desfiguran sus reglas gramaticales, ignoran sus bibliotecas, se resisten a visitar sus archivos y museos, irrumpen periódicamente a través de revoluciones, o ahora, en los medios de comunicación, se presentan sin mucha mediación letrada como: en la nota roja, los talk y reality shows o con su desobediencia epistémica desde sus “otras” racionalidades (campesinas, desilustradas, étnicas y aborígenes).

Esa ciudad, cuyo vientre reproductor de pequeña abeja reina, son las universidades. Las cuales producen cuadros para el Estado (la verdadera ciudad letrada postcolonial, por su monopolio de la violencia legítima), las cúpulas de la sociedad civil y el mercado.

Dentro de los regímenes escriturarios, la norma es la diferencia que se establece entre todos los que la habitan como universo dominante. Pueden incluso tratar de anularse por medio de cosmovisiones, teorías, ideologías y hasta guerras, pero siempre compartirán esa hermandad de segundo grado que es la reflexión a través de la escritura y la lectura. No hay “afuera” en este universo, o no hay nada o están los bárbaros a los que hay que reducir. Las universidades y sus representantes, sean críticos o apologistas, la ven siempre desde adentro hacia el mundo que hay que refinar.

Todos ellos, pese a sus diferencias entre modelos (tomista, humboldtiano, napoleónico, norteamericano, reformista) y métodos (tradicional, aprender jugando, liberacionista, constructivista, facilitador, alternativo, aprender a aprender, etc.) nunca ponen en cuestión la violencia gramatológica o más bien, seducción, que ejercen entre los “otros/as” no letrados/as.

Obviamente, no todos los ilustrados son iguales entre ellos. Aún dentro de las recámaras de la “abeja reina”, se establecen campos de lucha, jerarquías que les llegan de mil fuentes (como demostró Bourdieu para las grandes universidades francesas) y que suponen parecer a las altas casas de estudios, verdaderos campamentos militares en tiempos de paz (con su cuerpo de oficiales, ordenanzas, simulacros, capacitaciones, contingentes ante desastres, entrenamientos, rutinas, mapas y burocracias). Del mismo modo se reproduce ese modelo, a veces con menos disimulo y elegancia, en los techos del Estado y de la sociedad civil.

El régimen escriturario (asediado desde siempre por amplias mayorías semiletradas) es débil en países como Nicaragua. Sus miembros son minoritarios y subalternos epistémicos de las metrópolis. Están expuestos constantemente a crisis periódicas.

Primero por factores económicos, quebrando la movilidad ascendente de la meritocracia académica, donde no siempre los doctores son los dirigentes principales de un país, a veces ni siquiera de la misma universidad para que la trabajan; donde los hijos heredan las empresas de sus padres, sepan leer bien o no; donde las destrezas en mercados reducidos no necesitan las calificaciones de las economías de escala y los más obedientes políticamente, muchas veces letrados básicos, escalan más rápido en las esferas del Estado y la sociedad civil, que letrados de mayor calificación.

Segundo, la crisis más fuerte le llega al régimen letrado, de los medios audiovisuales y su actual hegemonía, que ha encontrado a receptores semiletrados o iletrados completos, como rescoldo amplio y poderoso de sus propias estrategias de dominio y hegemonía frente al mundo de la imprenta y la escolaridad.

La universidad no sólo está involucrada en el fenómeno como institución, sino también como paradigma epistémico (ajustándose al mercado y a las nuevas tecnologías) y ha tenido que reconocer el debilitamiento del régimen letrado y escriturario en sociedades que jamás fueron, ni cercanamente, alfabetizadas. Nos engañamos al confundir nuestra misión “civilizadora” con la realidad, que nos hizo ocultar nuestro carácter siempre minoritario y elitista. Hay que decirlo con todas las letras: los letrados, en especial los superiores, nunca hemos sido mayoría en nuestro país.

Por aquí debiera empezar todo evaluación descarnada sobre las universidades en países postcoloniales. Esta conciencia de minoría cambia todo el modo de ver la sociedad, sus grupos sociales y las relaciones de poder que se establece entre todos ellos. Pero sobre todo el poder de crear, recrear o reproducir de los letrados superiores o intelectuales, ideas que, tarde o temprano, recogerán (y morirán o matarán por ellas), los no letrados.

La idea que el pensamiento, precisamente, es el núcleo más importante de todo ser humano y que es la cabeza, para todo occidental, el más valioso de los tesoros, como una vez lo señaló Osho (recordando la anécdota de Alejandro Magno contra un sabio hindú al que lo amenazó con cortarle la cabeza sino le respondía sus preguntas) lleva de la mano a la conclusión que los profesionales del pensamiento, es decir, los intelectuales, son lo más preciado, aunque no los más poderosos, entre todos los grupos sociales.

Sus conceptos madres, de los que no pueden prescindir, a menos que estén resueltos a suicidarse intelectualmente y desaparecer como grupo social, son la representación, sobre todo de los demás (y hasta de sí mismos cuando las cosas se vuelven críticas para ellos), y la emancipación, de la que siempre se presentan como confidentes del porvenir. Su mundo son las ideas y sus casas las universidades, pero tal cosa no los libra del mundo de luchas y estrategias que se encuentran en todos lados, tanto entre ellos, como de todos ellos contra los “otros”, ya sea para seducirlos o neutralizarlos.

¿Pero quiénes son los “otros”? Pregunta clásica que le hicieron una vez a Edward Said (La representación del colonizado) a la cual respondió, que precisamente de eso se trataba todo, de averiguar quiénes son para seguirlos dominando. No sé si yo traiciono esa estrategia de Said y en general de los postcoloniales, al hacer una tipología que, en cierto sentido, destruye definiciones únicas, homogéneas y universales. Es decir, propongo no definir nada, quebrar un concepto, desmenuzarlo, astillarlo y ofrecerlo de modo oblicuo para cubrir, precisamente, su retirada de una mirada colonizante y racializadora.

Estoy claro que la tipología que presentaré, adolece de un respaldo empírico y estadístico, fácilmente obtenible de los censos nacionales más recientes y algunas presunciones cuantitativas. Pendiente de ello, debo alertar que, sin embargo, el propósito no es atiborrar de cifras y hablar en su nombre, sino establecer una cartografía, que nos oriente en este régimen y nos pueda brindar mejores pistas que otros más clásicos, como el marxista de clases sociales, el neoliberal de empresarios y mercado, el postmoderno de movimientos sociales entre otros. Para el caso específico de las universidades, romper su condena de producir empleados o desempleados, altamente calificados, o egresados que produzcan ellos mismos las empresas que, a su vez, ofrecerán empleos.

Es de mi interés resaltar la conexión que guardan, dentro de regímenes letrados, hegemónicos pero minoritarios, en países postcoloniales: el Estado y los desilustrados diversos, subalternos, pero mayoritarios que lo acompañan en sus proyectos. Estado que ya ha definido a priori a los “otros”, y en contra de los cuales, ha logrado afirmar su identidad reconocida por todos.



Veamos los tipos:

a) los superiores, subdivisibles en dos: los que producen y los que reproducen ideas, retomadas luego por uno o varios de ellos, desde liderazgos nacionales (verdaderos despotismos ilustrados), autoritarios o democráticos, no importa para los fines de esta clasificación. Para el caso de Nicaragua, país postcolonial, nuestros letrados superiores son más bien del tipo de reproductores (a través del aspecto educativo, hoy débil, de los medios de comunicación) y sólo crean en el ámbito artístico, respondiendo de ese modo a la jerarquía epistémica que ha hecho el eurocentrismo donde el tercer mundo está condenado a producir cultura, pero nunca pensamiento;

b) los intermedios, que constituyen la base letrada del régimen, constituida por profesionales, profesores, estudiantes y trabajadores calificados de todo tipo, son la cadena que legitima todo el sistema, le da su peso y brinda esa ilusión óptica del poder de un gran número de “ciudadanos” que los marxista descomponen en clases sociales y lo postmodernos en movimientos sociales, pero que, en realidad, están racializados en criollos, mestizos, mulatos, “negros” e “indios”;

c) los semiletrados, verdadero grueso de la población, que se subdivide en dos tipos: los que no cultivan la lectura y la escritura, alegando olvido, porque no lo necesitan en sus operaciones cotidianas, y los que se dedican (como los niños y jóvenes de clase media) a los multimedias (radio, mp3, televisión, Internet) por encima de la lectura o la escritura formal, prefiriendo la música, las películas y los juegos electrónicos;

d) los iletrados, son los que están totalmente fuera de la ciudad letrada en el ámbito rural (campesinos analfabetas), en el urbano (indigentes y desestructurados), los que dominan “otro” régimen escriturario (inmigrantes recientes) o cultural (afrodescendiente, aborigen).

Cuando la Historia, era el terreno de la lucha entre letrados, las "masas" nos siguieron hasta que se cansaron de las promesas de la ilustración liberal o marxista. Ahora que las "masas" saturan los medios de comunicación, son los ilustrados quienes se ven amenazados de ser arrastrados por ellas.

Apelaré, para ilustrar este desgarramiento de los letrados, a un hermoso cuento que miré en un programa espiritual llamado Maytte, donde la consejera habla de un profeta que llegó a un pueblo nuevo y empezó a ser escuchado inicialmente con entusiasmo, hasta que fue desapareciendo poco a poco su audiencia y terminar solo predicando. Una persona que pasaba por ahí, le preguntó una vez por qué seguía insistiendo en cambiar a las personas que ni siquiera llegaban ya a escucharle y le dijo: "Ya que no pude cambiarlos, ahora lucho porque ellos no me cambien a mí".

Saturday, August 02, 2008

Inocencia y pureza de la diferencia

INOCENCIA Y PUREZA DE LA DIFERENCIA

Por Freddy Quezada


Lo que diré a continuación sobre este tema, voy a ilustrarlo en tres cuadritos sencillos, tipo comics de Condorito y está dedicado a las personas que no les gustan los temas complejos que, estoy claro, son la mayoría.


Cuadro No. 1: Condorito se dirige a Ungenio: La diferencia

La diferencia moderna tiene una tradición en Europa que va de Durkeim (diferencia dentro de las sociedades orgánicas) a Heidegger (diferencia entre el ser y el ente), pasando por Levi Strauss (la diferencia articulada a la mismidad), Derrida (la “diferancia” en la escritura como espaciamiento y temporización a la vez), Lyotard (el diferendo como juego de lenguaje), Lévinas (el “Otro” absoluto) y Lacan (el Gran “Otro”). Los dos últimos, rompieron la diferencia del “otro” con el “mismo” de modo radical, hasta independizarlo completamente del ego, sea como respeto superior y debido por encima de uno mismo, como decía Levinas; o, como el gran determinante de nuestros actos, como pensaba Lacan.

La diferencia absoluta y pura, supone la inocencia de los “otros”, cuyas consecuencias para el que se siente fuera de ellos y los defiende, debe abrazar, incluyendo sus totalitarismos, abusos y perversidades: si algunas tienen y quienes los defienden se las reconocen. Les llegan, según estos, de articularse como subalternos al poder que los domina. Es decir, siguen guardando su inocencia.

La diferencia y el otro, son categorías ontológicas y espaciales. Desde ellas, se puede rechazar la historia lineal y eurocéntrica y abrazar la geografía y la episteme en su “alteridad”, en su pureza. Baudrillard le llamó una vez a esto las “orgías de la diferencia” que no eran más que el “mismo”, pasando de una máscara a otra, para ocultar su vacío.

La cultura occidental, donde los mestizos colonizados hemos sido reducidos por el eurocentrismo a la obediencia debida, con la gran salvedad de hacerlo con simulacros, engañifas, artificios, mímicas y burlas, ha girado siempre alrededor de la igualdad y su otro: la desigualdad; de la libertad y su otro: la esclavitud. Sus luchas han sido juegos de poder dentro de lo “mismo”.

En esta línea, si hay algo que no soporta la democracia contemporánea es la diferencia absoluta, porque ella se siente la única, y sufre por el desafío de las alteridades puras - que no quiere comprender -, las que tarde o temprano la derribarán. ¿Por qué? Porque la inocencia se la vincula con la diferencia pura. Y esa es la nueva articulación que están tejiendo los emancipadores de turno. Por principio, los “otros” son inocentes, al menos para quienes los defienden de sus satanizadores, y su derecho a la diferencia descansa precisamente en “dejarles” (por supuesto con los intelectuales de guardián) hacer lo que les impide el poder que los subalterniza.

Camus decía, “el día que todos nos sintamos culpables, empezará la verdadera democracia”. Frase misteriosa que aún aturde. Pero, cada vez que vemos inocentes desde la pureza de una diferencia (de los pueblos originarios y de los grupos étnicos, por ejemplo), se repite la rueda en víctimas y verdugos y, alguien que denuncie a estos últimos, salvará a los inocentes, salvándose él mismo. ¿Acaso no es esta la historia de la Ilustración y de los colonizados que quieren repetirla?

Conclusión, Ungenio: la diferencia es sólo una relación de poder entre el alter y el ego.

Cuadro No. 2: Condorito le explica a Pepe Cortisona: La pureza

La espacialización de la diferencia multicultural en contraposición de la temporalidad de la homogeneidad eurocéntrica, ha abierto un nuevo problema: el de la “inocencia” de los sectores sufrientes, articulada a la pureza de las diferencias.

Los intelectuales que “ven” todo esto, asumen diversas posiciones: se salen (como los estructuralistas), están adentro y afuera al mismo tiempo (como Derrida), se comprometen decididamente con ellos (como los decoloniales) o suspenden su juicio (como los postcoloniales). Pero todos, a excepción de una poscolonial (Spivak), se borran a sí mismos, presentando sus puntos de vista como universales, indecidibles, polisémicos, marginales o comprometidos (como lo demostró para el caso de los académicos franceses, Pierre Bourdieu). Sin embargo, nadie expresa a como dijo Cioran, esto es un invento mío y quiero que me alaben y se me reconozcan los bienes y placeres que merezco. Porque incluso los más convencidos de sus causas, son los que menos advierten su borradura y al revés, su “transparencia” (Spivak) es más pura, según ellos, entre más convencidos estén de luchar por cualquier liberación. Las certezas siempre han sido la fuente de todos los despotismos. Temed a cualquiera que os asegure cualquier cosa.

Para ser consecuentes hasta el final con los defensores de la inocencia de los diferentes, se podría optar por varias salidas: derribar hasta la última piedra del sistema responsable que los esclaviza, coexistir con el sistema (y correr el riesgo de ser llamado traidor por sus iguales), reformarlo (y enfrentarse a los que quieren derrocarlo o mantenerlo), negociar con él (y abrirse a mil fórmulas), hacer como si (y jugar a las tretas del débil), etc. Todas ellas, caen dentro del campo de las estrategias de poder, conocidas y repetidas. Cabría mejor preguntarnos ¿No corremos el riesgo de trasladar todo el andamiaje eurocéntrico del tiempo lineal y sucesivo a una reconceptualización igual de eurocéntrica sobre el espacio por la vía de la inocencia y la pureza de la diferencia?

¿Qué quiero decir? Que hoy la inocencia tiene una relación de discurso, como fundamento, con la diferencia. Este posibilita a la diferencia para desplegar todas sus potencialidades, incluidas sus miserias y vicios, contra sus verdugos. Esta inocencia es una construcción exclusivamente intelectual que ha pasado de víctima en víctima (desde los “pueblos” hasta la “democracia”, pasando por el “desarrollo”, la “niñez”, los “pobres”, entre otros.) y que lo único que podría romperla es declarar la culpabilidad de todos y arrojarnos a un mundo sin ingenuidades ni certezas.

Pero no es suficiente, aunque sí necesario. Entonces, ¿Qué quedará de un discurso donde hay inocentes de un lado (la “democracia”) y de otro (“grupos originarios y étnicos”) sabiendo de antemano que los culpables, sostenedores de esos discursos, se reparten en todos los bandos? ¿Habrá llegado la hora de hablar en nombre propio, con nuestros expedientes privados a la vista, para someterse a la prueba de todos, igual de miserables que uno? ¿Tendremos en consecuencia que hablar no de certezas ni demostraciones discursivas, ni siquiera de las éticas de los mensajeros, sino, sobre todo, de un control inclemente y rígido, de unos sobre otros? O ejecutar la otra alternativa: no expresar discurso alguno, saberse culpable y hacer lo que se tiene que hacer. Y el riesgo, aún callando, de ser pasto de “otro” discurso que no podemos impedir ¿cómo evitarlo?

Conclusión, Saco de Plomo: la pureza no existe, es una construcción intelectual para justificar proyectos liberadores.

Cuadro No. 3: Condorito Quezada le pide matrimonio a Yayita Suárez: La solución.

No hay salidas, sólo controles. Aunque, se podría invertir todo lo sufrido en carne propia de un sistema (creador de impurezas y subalternidades, solo por su contacto), que ha convertido todos sus deberes en placeres, para controlar a nuestros líderes (manteniendo una brecha sana de desconfianza), enseñándoles el garrote de la penalización por promesas incumplidas cada vez que rompan el compromiso acordado entre sus miembros ¿Cuál es el escándalo? Algunas “tribus” de Australia, apalean antes, en un ritual, a quienes les dirigirán y les va bien en su comunidad, y existen otras aún más duras. Pregunto ¿Podría ser esta la salida? Plop !!!